La Orden de la Santísima Trinidad

San Juan de Mata

Fundador de la Orden en 1198

Fue San Juan de Mata de nación francés, natural de Faucon en la Provenza, y nació al mundo el año de 1160. Sus padres, a quienes hacia más recomendable la virtud que la distinguida calidad de su nobleza, le criaron con especial cuidado en la piedad, por haberle dedicado su madre con voto expreso a la Santísima Virgen el primer día que después del parto entró en la Iglesia.

Como el niño Juan era de mucho ingenio, de natural feliz, de genio blando y de un corazón dócil, en poco tiempo se halló formado en la virtud. Sus inclinaciones eran todas nobles y cristianas, y parece que nunca conoció ni las travesuras ni las diversiones de la niñez. Para él no había otras que los ejercicios de devoción. Su apacibilidad, su modestia, su circunspección y su candor eran indicios ciertos de su inocencia; fue poco tiempo niño, y menos tiempo fue mozo. El amor de Dios, la compasión de los pobres y la tierna devoción, que ya desde aquella edad profesaba a la Santísima Virgen, presagiaban desde luego el eminente grado de su futura santidad.

Persuadido Eufemio de Mata, padre de nuestro Santo, á que su hijo no tenía menos talentos para los estudios que disposiciones para la virtud, le envió a estudiar a Aix, queriendo que al mismo tiempo se dedicase también a aprender las otras habilidades o ejercicios propios de caballeros. 

San-Juan-de-Mata-y-todos-los-santos

A todo se aplicó nuestro Juan, y en todo salió eminente; sin que los ejercicios del aula y de la academia sirviesen de estorbo a los de la virtud, que eran los primeros en su cuidado.

Distribuyó el tiempo de manera que, dando al estudio las horas competentes, no faltase a su fervor y a su celo todo el lugar necesario para hacer cada día nuevos progresos en la perfección. Repartía entre los pobres el dinero que sus padres le enviaban para divertirse, y gastaba en los hospitales el tiempo que le sobraba de sus estudios y ejercicios, siendo éste el único respiradero que buscaba para su laboriosa fatiga; y desde aquel tiempo tomó la santa costumbre de ir a servir a los enfermos todos los viernes del año.

Acabados los estudios volvió a casa de sus padres, cuya ejemplar vida le ofreció abundantes materiales para nutrir su innata piedad. No pudiendo ya disimular el tedio que el mundo le causaba, pidió licencia a su padre para retirarse á una ermita poco distante del mismo lugar de Faucon. Pasó en ella algún tiempo entregado a la contemplación de las cosas divinas; pero como interrumpiesen su quietud y turbasen su reposo las frecuentes visitas de los muchos que le buscaban, movidos de su reputación, resolvió alejarse de su país. Consintieron sus padres en que fuese a París a estudiar la sagrada teología. Presto se dio a conocer en aquella célebre Universidad, donde al fin recibió el bonete y grado de doctor. Igualmente se dejaron admirar su espíritu y su virtud que su sabiduría; descubriéronse sus raros talentos entre los celajes de su profunda humildad, y al cabo le pusieron en precisión de ordenarse de sacerdote. Estremeciole la dignidad del sacerdocio, respetable aun a los ángeles mismos; pero fue preciso obedecer. Quiso Dios acompañar con extraordinario prodigios, no sólo el acto de su ordenación, dejándose ver sobre la cabeza del Santo una columna de fuego al mismo tiempo que el obispo le imponía las manos, sino también su primera Misa. Celebrola en la capilla del obispo de París, con asistencia de Mauricio, obispo de Sully, y de los abades de San Víctor y Santa Genoveva, y con la del rector de la Universidad.

Durante esta primera Misa tuvo aquella célebre visión en que se le presentó, aunque en confuso, el plan de la nueva religión, de que en algún tiempo había de ser ilustre fundador y padre. Al elevar la sagrada Hostia vio un ángel en figura de un hermosísimo joven, vestido de blanco, una cruz roja y azul en el pecho, con las manos cruzadas o trocadas sobre dos cautivos de diferente religión cargados de cadenas, en ademán de quién quería trocar el uno por el otro. Quedó por algún tiempo inmóvil, fijos los ojos en este celestial objeto. Como el éxtasis fue tan visible y duró bastante rato, no pudo hacer misterio de él a los prelados. Declaroles la visión, y todos convinieron en que significaba algún gran designio para el cual Dios le tenía destinado. Juan, por su parte, queriendo prepararse mejor para ser digno instrumento de la divina voluntad, determinó irse a un desierto.

Había oído hablar de cierto ermitaño, llamado Félix de Valois, que hacía vida solitaria en un bosque del obispado de Meaux, junto al lugar de Gandelu: fue a buscarle, y la santa unión que desde luego se formó entre aquellos dos grandes hombres, por la conformidad de sus intentos, de sus virtudes y de sus dictámenes, dio lugar a conocer que el Cielo los había escogido para que trabajasen juntos en una misma obra.

No se puede explicar el fervor con que se aplicaron al ejercicio de todas las virtudes. Sus penitencias eran excesivas, las vigilias y los ayunos continuos; la oración era su ocupación ordinaria. Un día que al pie de una. fuente se estaban santamente recreando, tratando de la bondad y de las grandezas de Dios, vieron venir hacia sí un ciervo, que entre las dos astas traía una cruz del todo semejante á la que Juan de Mata había visto en el vestido del ángel que se le apareció cuando estaba celebrando su primera Misa. Con esta ocasión descubrió Juan a su amado compañero la visión que había tenido, y desde aquel punto resolvieron ambos dedicarse a la redención de los pobres cristianos que gemían cautivos entre los moros.

Habíase extendido la fama de los dos santos ermitaños, y había concurrido a ellos gran número de discípulos que, bajo la disciplina de su insigne magisterio, hacían maravillosos progresos en el camino de la virtud. De los más fervorosos se formó una comunidad reducida, cuyo gobierno se vio obligado nuestro Juan a tomar a su cargo; siendo ésta como la cuna de aquel Orden celebérrimo que, teniendo por carácter y por distintivo la más perfecta caridad cristiana, ha producido y está cada día produciendo tan grandes hombres y tan grandes santos.

No dudando ya San Juan y San Félix que Dios los tenía destinados para trabajar en la redención de los cautivos cristianos que gemían oprimidos con el cautiverio de los moros, tomaron la resolución de ir juntos a Roma para declarar al Sumo Pontífice sus intentos, y saber del supremo oráculo de la Iglesia lo que debían ejecutar. Admirado Inocencio III de su caridad y de su celo, alabó su generosa resolución; pero, como se hallase dudoso e indeciso en orden a aprobar el nuevo instituto que le proponían, acabó de determinarle una visión celestial; porque, estando diciendo Misa en San Juan de Letrán el día 28 de Enero, se le apareció un ángel vestido de blanco, con los mismos símbolos con que se le había aparecido a San Juan de Mata cuando dijo en París su primera Misa. Aprobó, pues, con elogio la nueva religión, queriendo que los que la profesasen vistiesen el hábito blanco, con una cruz roja y azul en el pecho; y que, por alusión a esta misteriosa variedad de colores, se llamase el nuevo Orden de la Santísima Trinidad, redención de cautivos. Hizo a San Juan de Mata ministro general de toda ella; y después de haber colmado a los dos Santos de gracias y de beneficios, y a la nueva religión de favores y de privilegios, los volvió a enviar a Francia, exhortándolos a trabajar incesantemente en la redención de los cautivos cristianos, según el caritativo fin de su piadoso instituto.

No se puede ponderar con cuánto aplauso fue recibida en todo el orbe cristiano la nueva religión. En poco tiempo se hizo una comunidad muy numerosa, y el Santo formó en ella excelentes operarios. Toda su ansia era pasar a África, y su mayor consuelo sería, como él mismo solía repetirlo, quedarse cautivo por la redención de algún cristiano; pero deteniéndole en Roma el Sumo Pontífice, por aprovecharse de sus prudentes consejos en los negocios más importantes de la Santa Iglesia, enviódos de sus religiosos a Marruecos, que hicieron una redención de ciento ochenta y seis cristianos cautivos. Encendiose más su celo con un suceso tan pronto como feliz. Estábase disponiendo para partir al África, cuando el Papa le envió por legado de la Santa Sede al rey de Dalmacia, con título de capellán suyo.

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